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1 de febrero de 2014

Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán: escritores representativos del siglo XIX

Benito Pérez Galdós y  Emilia Pardo Bazán: escritores representativos del siglo XIX. Contexto histórico. La sociedad como materia novelable.

Benito Pérez Galdós,  (1843-1920), novelista y dramaturgo español, es uno de los escritores más representativos del siglo XIX, junto con Clarín y Emilia Pardo Bazán.
La obra de Galdós se caracteriza por su marcado y nítido realismo. Él es un gran observador con toques geniales de intuición que le permiten reflejar tanto las atmósferas de los ambientes y las situaciones que describe como los retratos de lugares y de personajes. Se sirve del lenguaje para identificar a sus personajes y esto ha hecho que muchas veces se le acuse de lo que no es: usa un lenguaje ramplón cuando describe o habla un personaje ramplón. Galdós dividió su obra en “Episodios nacionales”, “Novelas españolas de la primera época” y “Novelas españolas contemporáneas”. Además hay que considerar su teatro.
Marianela, la novela más popular de Pérez Galdós, es un relato triste y emocionado sobre una niña huérfana e indefensa. Lazarillo de Pablo, un joven apuesto pero ciego, “la Nela” huye en el momento en que éste recobra la vista para que no descubra su fealdad. En el tercer capítulo, Galdós nos describe a Marianela a través de los ojos del doctor Teodoro Golfín, personaje con el que arranca esta novela.


La sociedad del siglo XIX
En las décadas siguientes a la Revolución Francesa, la burguesía afianzó su poderío y se hizo dueña y señora de los destinos económicos y políticos de las naciones. Este pro­ceso impuso una nueva manera de ver la realidad: la cosmovisión burguesa, que creyó en el progreso científico y tecnológico.
El burgués sostiene que el hombre domina un mundo en el que todo debe ser aprove­chado en beneficio propio y en el que cada parte cumple su función en aras del progreso material. La historia, desde esta mirada, presenta un desarrollo con una dirección única y precisa: el mejoramiento de las formas de la vida humana mediante el dominio creciente de la naturaleza. Esta cosmovisión tuvo como pilares las ideas de progreso y orden y en­contró en el positivismo su expresión más completa.
En este contexto positivista, cada hecho, cada acción, cada idea debe ser, por sobre cualquier otra opción, útil. El concepto de belleza por sí misma, entendido a la manera clásica o romántica, queda relegado a la nada. El arte debe servir para algo, ser utilitario.
El progreso, que se inició gracias la industrialización y se potenció a partir de la tecnificación creciente de la producción, engendró el nacimiento de una nueva clase social: el proletariado. Este nuevo grupo viviría en las grandes ciudades en condiciones inhu­manas, vendiendo su fuerza de trabajo por muy poco y sin ninguna legislación que lo pro­tegiera del abuso y de la explotación. Los artistas del siglo XIX, con su deseo de "servir" a la sociedad, observaron, describieron y denunciaron los males de su tiempo. Y movidos por este afán de mostrar todo a todos, incluyeron en sus obras a representantes de las clases sociales más bajas así como de la burguesía. El proletariado, el pobre, el marginal, tendrá su lugar en el arte del siglo XIX, lo mismo que los grandes burgueses.
El realismo como forma literaria
Es realista toda manifestación artística interesada en observar al hombre (y al mundo) en sus dimensiones biológica, psicológica y social para mostrarlo de manera mirnética, como si la obra actuara de espejo. Así definido, el realismo es una forma literaria no exclu­siva de una época o región, es un estilo de ver el mundo y de representarlo que podemos rastrear y reconocer en obras literarias de distintos autores, épocas, culturas... A fines del siglo XIX, constituyó el estilo más importante, el más puesto en juego, el más "necesario".


La novela realista del siglo XIX
Como la cosmovisión burguesa imponía que las formas del arte debían servir para co­nocer y comprender el mundo, la novela -por sus capacidades narrativas y descriptivas y por su amplitud- constituyó el género más cultivado y el más leído, la forma literaria que mejor permitía la aproximación real que el artista quería lograr.
Los escritores realistas pretenden que su literatura sea espejo de la realidad que los circunda y, para ello, recurren a la observación atenta y minuciosa del mundo que los rodea. La reproducción exacta de la realidad les exige fidelidad en la descripción de am­bientes y costumbres de las más diversas capas sociales, así como también la descripción analítica de los caracteres, temperamentos y motivaciones de los personajes y todo tipo de rasgos o cualidades que sirva para "pintarlos" de la manera más profunda posible.-Por eso, podemos encontrar en las novelas realistas auténticos retratos inolvidables y perso­najes complejos sometidos al análisis de los móviles de su comportamiento. Para crear ese efecto de objetividad, el narrador adopta, a veces, la actitud de un "cronista" impar­cial. Por otro lado, el mundo representado presenta solamente sucesos que se rigen por las leyes físicas de nuestro mundo de referencia y que responden siempre a un criterio estricto de verosimilitud. En otras palabras, el relato es mimético: lo que ocurre y "vive" dentro de él puede ocurrir y ser en la realidad extraliteraria.

La novela, como forma de arte, debía contribuir a la reforma o cambio de la sociedad.

La sociedad como materia novelable
Cuando en 1889 ingresa a la Real Academia Española, su discurso de admisión se titula significativamente "La sociedad presente como materia novelable" encerrando en esta frase la relación que Pérez Galdós postulará entre el mundo que lo rodea y su literatura.
Los avatares de su vida lo llevan desde el ejercicio de una diputación por el Partido Liberal Dinástico en 1886 hasta el ejercicio de la misma función en 1909, pero por la Conjunción Republicano-Socialista, y más tarde su aproximación definitiva al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Esta evolución ideológica se une a una continua experimentación literaria, lo que da a la obra de Pérez Galdós un matiz complejo, que incluye la reflexión sobre los diversos campos del conocimiento y sobre las causas y con­secuencias del cambio social que impulsa la burguesía.
Interesado en imitar de manera completa esa realidad que nutre sus relatos, incluye las voces, las palabras y los modismos propios de cada personaje mediante diversos pro­cedimientos:
Discurso directo: el narrador reproduce textualmente las palabras del personaje, usando un verbo introductorio, respetando el sistema verbal y pronominal de origen y valiéndose de signos gráficos que permiten reconocer el cambio de voz (dos puntos, comillas).
Ejemplo: Su hija, que le abrió la puerta, le dijo estas palabras: "No te asustes papá, no es nada... Valentín ha venido malo de la escuela". (La novela de Torquemada, Madrid, Alianza Editorial, 1970.Fragmento.)
Discurso indirecto: el narrador reproduce las palabras del personaje incluyéndolas en su discurso. Ejemplo: Su hija procuraba tranquilizarle. (La novela de Torquemada, Madrid, Alianza Editorial, 1970.Fragmento.)

Monólogo interior: el narrador reproduce el pensamiento del personaje respetando pautas gramaticales y de puntuación, a diferencia del fluir de la conciencia en el que la agramaticalidad domina el discurso.
Ejemplo: Eso que dicen de que no he hecho bien a nadie es mentira. Que me lo prueben..., porque no basta decirlo. ¿Y los tantísimos a quien he sacado de apuros?... Pues ¿y eso? Porque si a la Humanidad le han ido con cuentos de mí: que si aprieto, que si no aprieto... yo probaré... [...] Si no he hecho ningún bien, ahora lo haré; ahora, pues por algo se ha dicho que nunca para el bien es tarde. (La novela de Torquemada, Madrid, Alianza Editorial, 1970.Fragmento.)

Ironía: el narrador apela a la ironía para enunciar sus críticas a una clase social.
Ejemplo: En el caso de nuestro personaje, el usurero contradice lo que se espera de un avaro, ya que ejerce su oficio no por el afán de acumular dinero per se. No es la suya una "avaricia metafísica ", aclara el narrador. (La novela de Torquemada, Madrid, Alianza Editorial, 1970.Fragmento.)

Emilia Pardo Bazán  y la crítica al naturalismo
Emilia Pardo Bazán fue una mujer de gran cultura e inteligencia que presidió la sección literaria del Ateneo de Madrid y ocupó una cátedra en la Universidad Central, algo muy poco común durante el siglo XIX.
En 1883 publicó La cuestión palpitante, un texto crítico del naturalismo francés y de su principal representante, Émile Zola. Esta corriente literaria, surgida a partir del realismo, plantea que el individuo está fuertemente determinado por la herencia ge­nética y el medio social en el que nace y vive, a punto tal que resulta imposible superar esa situación de origen.
Los individuos de clases sociales desfavorecidas ineludible­mente transitarán una existencia signada por la pobreza, la marginación y la violencia. En el fondo, la mirada naturalista se concentra en el accionar, no de la burguesía sino de la clase social que surge a partir de la industrialización: el proletariado.
 Si bien mu­chos escritores realistas, Charles Dickens entre ellos, habían incorporado temas tales como la desprotección de la infancia urbana o el hacinamiento obrero en las grandes ciudades, los naturalistas van a centrarse en el mundo sórdido y desesperanzado de la vida de miseria y explotación de los trabajadores fabriles. Para estos escritores, la narrativa se transforma en un medio para estudiar la sociedad y sus mecanismos de funcionamiento. Parten de una tesis sociológica que demuestran a partir de un relato que pretende ser objetivo y riguroso, dado que el escritor es concebido como un mero observador de la realidad social.
Si bien Pardo Bazán, en su crítica, se opone al determinismo y a la representación de ese mundo de pasiones degradadas y bestiales, en su novela más conocida, Los pazos de Ulloa, no falta ninguno de los recursos naturalistas: las clases rurales envilecidas y degradadas, la determinación social y ambiental. Sin embargo, la autora plantea una sali­da a semejante situación, como puede observarse en el siguiente fragmento: "Lo que la naturaleza yerra, lo enmienda la Gracia. La ley de la naturaleza, aislada, sola, invóquenla las bestias; nosotros invocamos otra más alta: Para eso somos hombres, hijos de Dios y redimidos por Él".
En sus relatos, la presencia de la mujer es preponderante y se delinean con claridad cuatro tipos femeninos:
a. La mujer española típica, caracterizada como frívola e ignorante.
b.La prostituta, inmoral y cuestionada.
c. La mujer moderna que, liberada de prejuicios, se convierte en fría y calculadora.
d. La mujer española verdadera, caracterizada como cristiana y capaz de sacrificios.

Fuente: Literatuta V-Ed.Santillana, Bs.As. 





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