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17 de diciembre de 2014

El romancero

El romancero :  características. Romances viejos-Romances nuevos


La extraordinaria vitalidad que tuvieron en España los cantares de gesta se prolongó hasta bien entrado el siglo XIV, en que se inicia el acelerado proceso de su decadencia, de modo que en el siglo XV asistimos a la total extinción de aquellos poemas de largo aliento.

Simultáneamente se produce la aparición de un nuevo tipo de poesía, caracterizada por su brevedad y continuadora, en parte, de aquella tradición épica, pero que toma también de la poesía lírica popular algunos motivos y, sobre todo, rasgos de estilo. Nos referimos a los romances que circularon activamen­te en el siglo XV entre el pueblo, hasta que en la primera mitad del XVI un buen número de esas piezas, divulgadas oralmente, se recogen impresas en pliegos sueltos o en cancioneros, mientras muchas otras pervivieron en la memoria po­pular, transmitiéndose de boca en boca y de generación en generación hasta nuestros días, no sólo en España sino también en Portugal, Hispanoamérica, Filipinas y en las comunidades sefarditas, es decir, de los judeo-españoles ex­pulsados de la Península en tiempos de los Reyes Católicos e instalados, entre otras regiones, en el Norte de África, los Balcanes y Asia Menor.

Romances viejos y romances nuevos: siete siglos de romancero

Esos romances primitivos, populares y tradicionales, algunos de los cuales datan del siglo XIV y los más del XV, reciben el nombre de romances viejos.
A imitación de éstos, los poetas cultos escribieron también romances, llama­dos nuevos o artísticos, para diferenciarlos de los tradicionales o viejos.
El romancero nuevo tuvo un extraordinario florecimiento en los siglos XVI y XVII y fue cultivado por sus más grandes representantes: Lope de Vega, Góngora, Quevedo. El XVIII no echó totalmente en olvido este género; pero fue el Romanticismo que le infundió nuevo vigor, al revalorar los textos tradicionales. Los románticos, siguiendo el ejemplo de los grandes poetas del período áureo, escribieron gran cantidad de romances, como lo hicieron, entre otros, el duque de Rivas y José Zorrilla. Modernamente, en nuestro siglo, las más puras voces líricas de España —los Machado, García Lorca, Rafael Alberti— han demos­trado su preferencia por esta forma poética tradicional.
El romancero es, en consecuencia, un género característico de la literatura hispánica y que, nacido en la Edad Media hacia el 1300, lleva siete siglos de vida, sin equivalentes en ninguna otra literatura.

Las colecciones de romances
Hemos visto que los romances viejos —que hunden sus raíces en las últimas centurias medievales y que vivieron en la tradicionalidad oral del pueblo durante casi dos siglos— fueron popularizados y difundidos por la imprenta en la pri­mera mitad del XVI. Además de los pliegos sueltos de 8 y 16 páginas, que se vendían en las plazas y ferias de toda España, se coleccionaron en obras más importantes, intituladas Cancionero de romances, Silva, Flor, o Primavera de romances, Romancero general y otros similares.

Las más famosas recopilaciones fueron el Cancionero de romances, de Mar­tín Nució, publicado en 1548 en Amberes, y las tres partes de la Silva de varios romances, editada en Zaragoza en 1550 y 1551 por Esteban G. de Nágera-
Hacia fines del siglo XVI, cuando los gustos del público se inclinaron por los romances nuevos, aparecen entre 1589 y 1597 las nueve partes de la Flor de varios romances nuevos y otras colecciones que respondían a las modernas tendencias.
La popularidad alcanzada por el romancero nuevo no ahogó la voz de los romances viejos, que siguió viviendo en la tradición oral del pueblo bajo, come había ocurrido hasta la segunda mitad del siglo XV, en que los poetas cortesanos de los tiempos de Enrique IV y de Isabel la Católica empezaron a valorarlos y a imitarlos, preparando así su extraordinario florecimiento y difusión impresa en la centuria siguiente.

A partir del Romanticismo, investigadores alemanes y españoles recolectaron en las fuentes vivas del folklore muchos romances viejos, actividad que no ha cesado hasta el presente y que ha descubierto infinidad de variantes y de textos en el acervo hispánico tradicional desparramado por cuatro continentes.
Modernamente, una de las más bellas colecciones es la que Ramón Menéndez Pidal —"el español de todos los tiempos que ha oído y leído más roman­ces"— elaboró con el sugestivo título Flor nueva de romances viejos.

 En resumen: Romances viejos son todos aque­llos cuya existencia está atestiguada en los siglos XIV y XV, y que fueron impresos durante la primera mitad del siglo XVI. También los recogidos mo­dernamente en la tradición oral y que proceden de los romances viejos.
Son anónimos, tradicionales y poe­sía unida a una melodía o cantada. Fueron compuestos y difundidos inicialmente en forma oral.

Romances nuevos o artísticos son aquellos que fueron escritos a partir de los últimos decenios del siglo XVI por los poetas cultos. Aunque nacie­ron también musicales, su carácter es ya exclusivamente poético o de poe­sía para ser leída.

La palabra "romance"

La voz romance tiene varios significados:
1- Se aplica a las lenguas vulgares nacidas del latín hablado. Así el español, a igual que el francés, el portugués o el italiano, es una lengua romance.

2- Sirvió para nombrar en la Edad Media, de una manera vaga y general, a todo poema narrativo en lengua vulgar, tanto de juglaría como de clerecía. Por ejemplo, el autor del Apolonio llama a su libro "romance de nueva maestría", y la Primera crónica general, refiriéndose a la gesta que canta al último conde castellano, la titula "romanz del Infante García".

3- Designa, a partir de mediados del siglo XV, ya específicamente a las cancio­nes o poesías destinadas al canto o a la recitación al son de un instrumento de ritmo octosilábico, rima asonante y breve extensión. Es decir, a las piezas épico-líricas cuyo conjunto se conoce con el nombre de romancero. Palabra esta última con que se denominan, asimismo, las colecciones de romances

La forma métrica de los romances

La forma métrica de los romances procede de la versificación de las gestas heroicas. Si bien estos poemas épicos se caracterizaron por el número fluctuante de sílabas, con el correr del tiempo predominó el verso de dieciséis sílabas dividido por una fuerte cesura en dos hemistiquios de ocho sílabas cada uno Los romances heredaron ese ritmo de base octosilábica y también la asonancia monorrima de aquellos cantares.

Fuente: España en sus letras; Ed. Estrada; Bs.As; 1985

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