El romancero : características. Romances viejos-Romances nuevos
La extraordinaria vitalidad que
tuvieron en España los cantares de gesta se prolongó hasta bien entrado el siglo
XIV, en que se inicia el acelerado proceso de su decadencia, de modo que en el
siglo XV asistimos a la total extinción de aquellos poemas de largo aliento.
Simultáneamente se produce la
aparición de un nuevo tipo de poesía, caracterizada por su brevedad y
continuadora, en parte, de aquella tradición épica, pero que toma también de la
poesía lírica popular algunos motivos y, sobre todo, rasgos de estilo. Nos
referimos a los romances que circularon activamente en el siglo XV entre el
pueblo, hasta que en la primera mitad del XVI un buen número de esas piezas,
divulgadas oralmente, se recogen impresas en pliegos sueltos o en cancioneros,
mientras muchas otras pervivieron en la memoria popular, transmitiéndose de
boca en boca y de generación en generación hasta nuestros días, no sólo en España
sino también en Portugal, Hispanoamérica, Filipinas y en las comunidades
sefarditas, es decir, de los judeo-españoles expulsados de la Península en
tiempos de los Reyes Católicos e instalados, entre otras regiones, en el Norte
de África, los Balcanes y Asia Menor.
Romances viejos y romances nuevos:
siete siglos de romancero
Esos romances primitivos, populares
y tradicionales, algunos de los cuales datan del siglo XIV y los más del XV, reciben
el nombre de romances viejos.
A imitación de éstos, los poetas
cultos escribieron también romances, llamados nuevos o artísticos, para
diferenciarlos de los tradicionales o viejos.
El romancero nuevo tuvo un
extraordinario florecimiento en los siglos XVI y XVII y fue cultivado por sus más
grandes representantes: Lope de Vega, Góngora, Quevedo. El XVIII no echó
totalmente en olvido este género; pero fue el Romanticismo que le infundió
nuevo vigor, al revalorar los textos tradicionales. Los románticos, siguiendo
el ejemplo de los grandes poetas del período áureo, escribieron gran cantidad
de romances, como lo hicieron, entre otros, el duque de Rivas y José Zorrilla.
Modernamente, en nuestro siglo, las más puras voces líricas de España —los
Machado, García Lorca, Rafael Alberti— han demostrado su preferencia por esta
forma poética tradicional.
El romancero es, en consecuencia, un
género característico de la literatura hispánica y que, nacido en la Edad Media
hacia el 1300, lleva siete siglos de vida, sin equivalentes en ninguna otra
literatura.
Las colecciones de romances
Hemos visto que los romances viejos —que
hunden sus raíces en las últimas centurias medievales y que vivieron en la
tradicionalidad oral del pueblo durante casi dos siglos— fueron
popularizados y difundidos por la imprenta en la primera mitad del XVI. Además
de los pliegos sueltos de 8 y 16 páginas, que se vendían en las plazas y ferias
de toda España, se coleccionaron en obras más importantes, intituladas Cancionero
de romances, Silva, Flor, o Primavera de romances, Romancero general y otros
similares.
Las más famosas recopilaciones
fueron el Cancionero de romances, de Martín Nució, publicado en 1548 en
Amberes, y las tres partes de la Silva de varios romances, editada en Zaragoza
en 1550 y 1551 por Esteban G. de Nágera-
Hacia fines del siglo XVI, cuando
los gustos del público se inclinaron por los romances nuevos, aparecen entre
1589 y 1597 las nueve partes de la Flor de varios romances nuevos y otras
colecciones que respondían a las modernas tendencias.
La popularidad alcanzada por el
romancero nuevo no ahogó la voz de los romances viejos, que siguió viviendo en
la tradición oral del pueblo bajo, come había ocurrido hasta la segunda mitad
del siglo XV, en que los poetas cortesanos de los tiempos de Enrique IV y de
Isabel la Católica empezaron a valorarlos y a imitarlos, preparando así su
extraordinario florecimiento y difusión impresa en la centuria siguiente.
A partir del Romanticismo,
investigadores alemanes y españoles recolectaron en las fuentes vivas del
folklore muchos romances viejos, actividad que no ha cesado hasta el presente y
que ha descubierto infinidad de variantes y de textos en el acervo hispánico
tradicional desparramado por cuatro continentes.
Modernamente, una de las más bellas
colecciones es la que Ramón Menéndez Pidal —"el español de todos los
tiempos que ha oído y leído más romances"— elaboró con el sugestivo título
Flor nueva de romances viejos.
En resumen: Romances viejos son todos aquellos
cuya existencia está atestiguada en los siglos XIV y XV, y que fueron impresos
durante la primera mitad del siglo XVI. También los recogidos modernamente en
la tradición oral y que proceden de los romances viejos.
Son anónimos, tradicionales y poesía
unida a una melodía o cantada. Fueron compuestos y difundidos inicialmente en
forma oral.
Romances nuevos o artísticos son
aquellos que fueron escritos a partir de los últimos decenios del siglo XVI por
los poetas cultos. Aunque nacieron también musicales, su carácter es ya
exclusivamente poético o de poesía para ser leída.
La palabra "romance"
La voz romance tiene varios
significados:
1- Se aplica a las lenguas vulgares
nacidas del latín hablado. Así el español, a igual que el francés, el portugués
o el italiano, es una lengua romance.
2- Sirvió para nombrar en la Edad
Media, de una manera vaga y general, a todo poema narrativo en lengua vulgar,
tanto de juglaría como de clerecía. Por ejemplo, el autor del Apolonio llama a
su libro "romance de nueva maestría", y la Primera crónica general, refiriéndose
a la gesta que canta al último conde castellano, la titula "romanz del
Infante García".
3- Designa, a partir de mediados del
siglo XV, ya específicamente a las canciones o poesías destinadas al canto o a
la recitación al son de un instrumento de ritmo octosilábico, rima asonante y
breve extensión. Es decir, a las piezas épico-líricas cuyo conjunto se conoce
con el nombre de romancero. Palabra esta última con que se denominan, asimismo,
las colecciones de romances
La forma métrica de los romances
La forma métrica de los romances
procede de la versificación de las gestas heroicas. Si bien estos poemas épicos
se caracterizaron por el número fluctuante de sílabas, con el correr del tiempo
predominó el verso de dieciséis sílabas dividido por una fuerte cesura en dos
hemistiquios de ocho sílabas cada uno Los romances heredaron ese ritmo de base
octosilábica y también la asonancia monorrima de aquellos cantares.
Fuente: España en sus letras; Ed. Estrada; Bs.As; 1985