La
mística española: Santa Teresa de Jesús, mujer de dos reinos
Introducción
: Ascética y mística: de la vida a la gloria
Durante
el segundo Renacimiento, el hombre se siente desilusionado del mundo, desengañado.
Entonces, comienza a menospreciar esta vida y a poner toda su esperanza en la
otra; se preocupa por la inmortalidad y por la recompensa o el castigo después
de la muerte. Lee libros de tema religioso, es decir, de edificación
espiritual.
Frente
al crecimiento del materialismo, la indiferencia, la anarquía y la herejía, los
escritores ascéticos y místicos se proponen ofrecer al pueblo una lectura
valiosa que lo guíe hacia el Bien y hacia la Verdad.
La
ascética española contempla el obrar del hombre en la Tierra con los ojos
puestos en la Eternidad.
El
término ascética proviene del griego y significa "ejercicio",
"esfuerzo". Esta práctica de las virtudes cristianas prepara el alma
para alcanzar la perfección, le muestra el camino de la gracia, para que se
produzca su unión con Dios
El
asceta profundiza la meditación religiosa, se siente impulsado hacia lo
sobrenatural con el sostén de la razón y de la voluntad.
En
cambio, la vida mística implica la fusión del alma con Dios en esta vida, es
decir, la participación terrena de la visión beatífica. Su meta suprema es el
"subido sentir de la divinal esencia"; el alma, despojada de todo
apego a lo terrenal, se encierra en sí para lanzarse en busca de Dios con el
aliento del amor y la guía de la fe.
La
palabra mística procede del griego y significa "cerrar",
"guardar un secreto" y, además, "arcano",
"misterio". Francisco de Osuna en su Tercer abecedario considera
sinónimos los conceptos de místico y escondido, y San Juan de la Cruz dice que
el alma participa, por el amor, de la contemplación de Dios de modo
"callado y secreto".
El
espíritu desnudo asciende lentamente, entre gozos y padecimientos, hasta unirse
con el Amado. Esta meta excede todo conocimiento y es, en sí misma, inefable.
Obran la voluntad y el afecto.
El
místico lucha infatigablemente por su perfección y refuerza su ejercicio de la
virtud cristiana con actos de mortificación, obediencia y humildad. Su conocimiento
de Dios se da por vía sobrenatural, no racional.
Los
caracteres fundamentales de la mística española son, pues, el amor, fuego del
alma; el menosprecio del mundo, el gran engaño en que andamos y la sequedad que
tenemos; el dominio de las pasiones y la oración, el pan con que todos los
manjares se han de comer.
El
místico describe, desde un punto de vista psicológico, sus experiencias del
éxtasis , las fundamenta luego
teológicamente, o comunica, mediante la poesía,
ese vivir desviviéndose, esa sed de Divinidad sólo aplacada en el instante de
la sublime unión. No existe, pues, en las obras místicas una diferencia
concreta entre religión y vida o entre religión y literatura.
El
camino de perfección
Para
llegar a su completa unión con Dios, el místico sigue un camino que consta de
tres momentos:
Purgatio
o vía purgativa. Consiste en la purificación del alma, que siente deseos de
Dios, mediante su alejamiento del mundo y su recogimiento en la oración, la
penitencia y la meditación para alcanzar el estado de gracia.
llluminatio
o vía iluminativa. El alma ya purificada goza de la contemplación de Dios,
quien la ilumina por la senda de la virtud; Él es el compañero de peregrinación
que la consuela y la auxilia.
Unió
o vía unitiva. El alma, abandonada completamente a su Creador, se consume en su
"fuego divino" y experimenta dones extraordinarios, como el del
éxtasis. Ya se han producido las bodas místicas, pues el alma, Esposa del
Supremo Bien, se ha elevado hasta la última perfección, sobre todo lo criado.
Santa
Teresa de Jesús, mujer de dos reinos
Teresa
de Cepeda y Ahumada nace en tierras de Ávila de los Caballeros el 28 de marzo
de 1515, y recibe de esa ciudad, verdadera fortaleza de la fe, la iluminación
necesaria para emprender con ansia mística el camino de perfección que la
conduciría al cielo en olor de santidad. Dice Santa Teresa:
El
tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin,
con lo que el Señor me favorecía para ser buena.
A
los siete años su incipiente fervor religioso la lleva a partir con su hermano
Rodrigo a tierra de moros, para sufrir el martirio por Jesucristo; ése es su
más alto ideal. Pero el deseo de que los "descabezasen" no se cumple,
pues su tío, que los encuentra, los devuelve al hogar.
De
que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser
ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos,
hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas, que luego se nos caían.
Teresa
ya es una elegida. Ávida lectora de libros de caballería y de oración, ama la
soledad para rezar sus devociones, y el silencio.
A
los doce años pierde a su madre; entonces se pone bajo la protección de la
Virgen María, de quien será siempre devota. Desde este momento vuelca todo su
amor en su padre, hombre severo y piadoso.
El
florecimiento de la juventud la lleva a ciertos devaneos frivolos; gusta,
entonces, de traer galas y desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado
de manos y cabello, y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener,
pero jamás ofende gravemente a Dios.
Más
tarde es confiada a las monjas agustinas de Santa María de Gracia, en su ciudad
natal; allí realiza labores y prácticas religiosas, pero aún no aspira a ser
esposa de Dios. Esto ocurre cuando el estudio de las cartas de San Jerónimo
enciende su entusiasmo por el ascetismo y madura su deseo de renunciar a todo
lo terreno.
Ante
la oposición del padre, decide huir con uno de sus hermanos. Finalmente, don
Alonso accede, e ingresa en el Monasterio de Carmelitas de la Encarnación de
Ávila, donde se somete con gozo a los ejercicios espirituales del noviciado y
toma el hábito en 1536. Aquí se plantea el problema de su auténtica vocación;
la lucha entre sus sentimientos y la razón resienten su salud y debe partir a
la casa de una hermana para reponerse.
Padece,
luego, terribles enfermedades, cuya curación atribuye a San José: desde
entonces se da a propagar su devoción.
En
1563 funda el Convento de San José, en Ávila, con sólo cuatro novicias. En él encuentra su verdadero hogar en la Tierra.
Esta casa abraza una norma de vida que no exige el voto de clausura. Santa
Teresa —de acuerdo con los orígenes de la Orden Carmelita— se inclina por una
vida serena, solitaria y de retiro, semejante a la de los antiguos ermitaños.
Su reforma gira en tomo de los siguientes aspectos:
- evitar el número elevado de monjas;
- tratar de vivir sin limosna y demanda de dinero;
- no hacer diferencias de clase entre sus monjas;
- borrar el tratamiento de "doña" a las que ya son religiosas;
- limitar al máximo las visitas;
- exigir el uso de velo cuando la carmelita se presenta en público;
- eliminar la figura mediatizadora del vicario;
- tomar precauciones normativas sobre confesores y directores espirituales.
Su
intrépida vida de fundadora la conduce desde los límites materiales de nuna
pequeña ciudad española hasta el espacio infinito de la eternidad, pues sus
aspiraciones celestiales se mezclan con los intereses del mundo.
El
sufrimiento del cuerpo le abre una nueva senda: la del gozo del alma. Santa
Teresa no sólo conversa con los hombres, sino también con Dios y con los
ángeles: Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con Él...
En
1567 conoce a San Juan de la Cruz. Al año siguiente funda con él el Convento de
Carmelitas Descalzos e infunde a los frailes sus ideas de reforma y de
restauración.
Sus
visiones divinas proliferan: Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he
visto las verdades. Sus trabajos en la Tierra son cada vez más arduos: Si os
acobardáis en vuestro camino, si morís en la ruta, si el mundo es destruido,
todo está bien, con tal que alcancéis vuestra meta.
Fundar
conventos no es tarea fácil, pero ella lucha hasta el fin. desafiando todas las
dificultades, y lo logra. Ha dicho Ramón Gómez de la Serna que Santa Teresa
"es como una guerrera que da sus batallas al mundo y le gana victorias Así
nacen los de Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca
y otros, sobre la sólida base de una voluntad sin desmayo.
Su
cuerpo continúa abrumado por los males, pero en su espíritu reina la paz, pues
tiene su fuente en el Cielo:
Sólo
con la confianza Vivo de que he de morir, Porque muriendo' el vivir Me asegura
mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza. No te tardes, que te espero, Que
muero porque no muero.
Así,
con los ojos puestos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar,
abandona el mundo el 4 de octubre de 1582, fortalecida por la oración y
abrasada en la gloria de su Creador.
En
1614 es beatificada por el Papa Paulo V. En 1617, las Cortes españolas la
declaran Patrona de España. En 1622, Gregorio XV la canoniza. El 18 de septiembre
de 1965, Paulo VI la nombra Patrona de los escritores católicos de España y el
27 de septiembre de 1970, la proclama Doctora de la Iglesia.
Su
obra, una escala al Cielo
Libro
de la vida. El título revela ya su carácter autobiográfico. Termina de escribirlo
en Toledo en 1562, para cumplir con la voluntad de los que le encargan su
redacción. En todo momento declara humildemente que no es escritora y que
carece de capacidad para serlo: .. .yo sin letras ni buena vida ni ser
informada de letrado ni de persona ninguna... A pesar de ello, lo que escribe
lo dice con toda verdad.
Santa
Teresa no le pone título a su obra, pero suele llamarla el libro grande, mi
alma, estas cosas de oración, el discurso de mi vida o Libro de las
misericordias de Dios. Consta de cuarenta capítulos en los que abre su corazón
a los hombres doctos y de experiencia y discreción cristiana. No sólo narra
episodios de su infancia y de su juventud, sino también sus vivencias místicas
y su constante bregar como fundadora. El objetivo que persigue es "dar
noticia" de su alma a los que la han de guiar, es decir, a sus confesores.
La
Santa nos dice que su vida ha sido de muchos trabajos de alma. De ahí que su
obra sea también un valioso tratado de doctrina y de oración.
Con
extrema sencillez y naturalidad nos muestra su cielo interior, iluminado por la
paz de los elegidos.
Libro
de las Fundaciones. Es la narración de su labor como reformadora y fundadora. Que
ahora que lo voy escribiendo, me estoy espantando y deseando que nuestro Señor
dé a entender a todos cómo en estas fundaciones no es casi nada lo que hemos
hecho las criaturas.
Debe
de escribirla entre 1573 y 1582. Con ella Santa Teresa completa lo dicho en el Libro
de la vida acerca de su inagotable actividad religiosa, desde 1567 hasta 1572,
aproximadamente. Es, como aquélla, obra de encargo, pues su confesor, el padre
dominico fray García de Toledo, le pide que la escriba y que trate en ella
algunas cosas de oración.
Recibe,
además, el mandato divino para emprender su trabajo: Hija, la obediencia da
fuerzas.
Camino
de perfección. Es un tratado de vida interior, de edificación espiritual; obra
puramente ascética que, de acuerdo con las palabras de la Santa, completa
cierta relación de su vida. Lo llama librillo y Paternóster. En uno de los
manuscritos autógrafos aclara que lo escribe para sus monjas.
En
sus páginas propone el fin de su Orden y habla sobre el valor de la oración
para alcanzarlo. Lo escribe a instancias de las monjas del Monasterio de San
José: .. .ha sido tanto el deseo que las he visto y la importunación, que me he
determinado a hacerlo, pareciéndome por sus oraciones y humildad querrá el
Señor acierte algo a decir que les aproveche y me lo dará para que se lo dé.
Su
objetivo es orientar a las religiosas para que huyan de las tentaciones.
Comienza
su redacción en 1565 y la acaba cinco años después. Para
emprender el "camino de perfección" aconseja a sus monjas menospreciar
el mundo; profesar la pobreza, la verdadera humildad: tener altos pensamientos;
orar sin cesar; ayunos, disciplinas, silencio, soledad: amor unas con otras;
paz interior y exterior; que la voluntad sea sólo esclava de Dios.
En
la última parte del libro realiza una exposición del Padrenuestro y lo glosa
con comentarios acerca de los diversos grados de la oración.
Las Moradas o
Castillo interior. El título real es Moradas del Castillo interior Es el más
importante de sus libros y el que contiene más sistemáticamente su experiencia
mística. Constituye un tratado completo sobre el alma y sus relaciones con
Dios.
Comienza
a escribirlo en Toledo en 1577, con la anuencia de sus superiores, y lo
concluye en noviembre del mismo año, después de haber interrumpido su
redacción durante cinco meses.
Santa
Teresa se vale de la alegoría para presentar el alma como un castillo dividido
en siete moradas, en cuyo centro se halla Dios: .. .este castillo tiene —como
he dicho— muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados, y
en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan
las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. Las tres primeras moradas
corresponden a la vía purgativa; las tres siguientes pertenecen a la vía iluminativa;
en la sexta, el alma ya queda herida del amor del Esposo, y en la última, se
produce el matrimonio espiritual: Es un secreto tan grande y una merced tan
subida lo que comunica Dios allí a el alma en un instante y el grandísimo
deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el
Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el cielo, por más
subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual.
Dedica
la obra a sus monjas, a las que insta a desconfiar de la imaginación que puede
conducirlas por los caminos de la falsa vida del espíritu.
Otras
obras. Escribe también poemas —cualquier acontecimiento conventual le es
propicio para demostrar su habilidad como "trazadora de versos"— y
cartas, en las que no sólo revela su infatigable labor, sino también su entrañable
amor por el prójimo.
Un
lenguaje de espíritu, un estilo de ermitaños
Aunque
en todo momento Santa Teresa trata de mostrarse como una iletrada —.. .si fuera
persona que tuviera autoridad de escribir...; .. .los que no saben letras, como
yo ...— sólo podemos considerar sus afirmaciones como fruto de una profunda
humildad, pues sabemos que ha leído mucho, que ha sido amiguísima de leer
buenos libros, y que esas lecturas han ejercido también cierto influjo sobre su
obra. Entre ellas figuran las Epístolas, de San Jerónimo; el Tercer abecedario
espiritual, de Francisco de Osuna; las Morales, de San Gregorio; las Confesiones,
de San Agustín, de las que dice que cuando comienza a leerlas paréceme me vía
yo allí, y otras que como aquéllas tratan de oración.
A
Santa Teresa le importa declarar bien las cosas del alma. De ahí que trate de
iluminar ese lenguaje de espíritu, ese lenguaje tan del cielo que acá se puede
mal dar a entender, aunque más queramos decir, si el Señor por experiencia no
lo enseña. Por eso dice: Siempre tuve esta falta de no me saber dar a entender
—como he dicho— sino a costa de muchas palabras.
Ante
la imposibilidad de expresar con ellas sus experiencias místicas —Yo no sé
otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar...— se vale de un lenguaje
simbólico con el que intenta explicarlas en el ámbito de la realidad sensible:
Aquí es la pena de haber de tornar a vivir, aquí le nacieron las alas para bien
volar; ya se le ha caído el pelo malo, aquí se levanta ya de el todo la bandera
por Cristo, que no parece otra cosa sino que este alcaide de esta fortaleza se
sube, u le suben, a la torre más alta, a levantar la bandera por Dios.
Se
suceden, pues alegorías (las cuatro maneras de agua de que se ha de sustentar
este huerto.... es decir, los cuatro grados de oración que el Señor ha puesto
en su alma); metáforas (Por estar arrimada a esta fuerte coluna de la oración
pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas.); comparaciones
(.. .el alma, da un vuelo y llega a mucho, aunque —como aveclta que tiene pelo
malo— cansa y queda.); expresiones paradójicas (glorioso desatino; celestial
locura; desasosiego sabroso; mil desatinos santos; borrachez divina; gozosa
pena). También emplea el diminutivo para manifestar su conmoción de ternura
(centellica; consideracioncillas; devocioncitas; fontecicas; peca-dorcilla;
ermitillas).
Los
vocablos amplían así su dimensión conceptual para abrazar la infinitud vivida.
Su
estilo de ermitaños y gente retirada goza de natural espontaneidad, "parece
ser —según Aubrey F.G. Bell— la cubierta del alma viviente, cascara de la
medula del pensamiento, y emoción".
La
Santa parece complacerse en la llaneza del habla de las casas hidalgas de
Castilla la Vieja, por eso escribe con simplicidad, o —como bien dice Ramón
Menéndez Pidal— "habla por escrito". Y como el cuidado de la forma es
para ella tentación de vanidad, evita toda corrección posterior de sus obras: Puede
ser vayan algunas cosas mal declaradas y otras puestas dos veces; porque ha
sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que
escribía; Por no ocupar tiempo habrá de ir como saliere, sin concierto.
En
algunos pasajes de sus libros critica su estilo: .. .mi estilo es tan pesado
que, aunque quiera, temo que no dejaré de cansar o cansarme, pero Dios le
concede el don de saber decir las demás mercedes y dar a entender cómo son.
Reconoce,
además, el carácter digresivo de su prosa, pues se aleja del tema central con
otras consideraciones y luego vuelve a él: Quiero ahora tornar adonde dejé de
mi vida...
Su
afán didáctico se advierte en que corrobora con ejemplos lo que dice: ..
cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entended que,
si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior
y exterior. Acuérdeme que me contó un religioso que había determinado y puesto
muy por sí que en ninguna cosa le mandase el perlado que dijese de no, por
trabajo que le diese; y un día estaba hecho pedazos de trabajar y ya tarde, que
no se podía tener, y iba a descansar sentándose un poco, y topóle el perlado y
díjole que tomase el azadón y fuese a cavar a la huerta. Él calló, aunque bien
afligido el natural, que no se podía valer; tomó su azadón y, yendo a entrar
por un tránsito que había en la huerta (que yo vi muchos años después que él me
lo había contado, que acerté a fundar en aquel lugar una casa), se le apareció
nuestro Señor con la cruz a cuestas, tan cansado y fatigado, que le dio a entender
que no era nada el que él tenía en aquella comparación.
Fray
Luis de León, que no conoce a Santa Teresa, pero admira su obra y la publica,
sostiene "que el amor grande que en aquel pecho santo vivía salió como
pegado en sus palabras, de manera que levantan llama por dondequiera que
pasan".
Fuente: España en sus letras; Ed. Estrada; Bs.As.; 1985.