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19 de julio de 2016

Análisis de Lazarillo de Tormes (II)

El Lazarillo de Tormes es una obra de capital importancia en la literatura española. Por una parte, en ella se nos ofrece una de las figuras más ori­ginales de nuestro universo literario: el pícaro; por otra parte, la obra marcó un hito en la formación de la novela, hasta el punto de que está considerada como la primera novela europea moderna.

   La autoría de la obra
El Lazarillo es, como se sabe, una novela anónima; y dada la importancia de la obra, el problema de su au­toría ha interesado a la crítica. Entre los autores más conocidos a los que se ha atribuido la novela, cabe ci­tar a Diego Hurtado de Mendoza, poeta petrarquista, historiador y famoso diplomático de la Corte de Carlos I, Sebastián de Horozco, dramaturgo tole­dano, y fray Juan de Ortega, fraile de la orden de San Jerónimo. Algunos estudiosos han planteado también la hipótesis de que el autor del Lazarillo fuese un con­verso descendiente de judíos. Sin embargo, aunque algunas de estas atribuciones se fundamentan en ras­gos estilísticos de la obra o en su ideología, no hay en ningún caso pruebas concluyentes.
Por otra parte, la anonimia de la obra se puede expli­car por las características de la misma. Su carácter crítico y polémico y la novedad que suponía presentar como protagonista a un marginado son razones que pudieron llevar al autor a ocultar su nombre.
El «Lazarillo», primera novela picaresca
Las primeras ediciones conocidas del Lazarillo se pu­blicaron en 1554, en Burgos, Alcalá de Henares y Amberes, con el título de La vida de Lazarillo de Tor­mes y de sus fortunas y adversidades.
Dos grandes opciones narrativas: idealismo y realismo
Durante el siglo XVI se produjo en España un notable desarrollo de la prosa narrativa. Géneros novelísticos que ya habían dado importantes frutos en el siglo XV conviven en esta época con otros nuevos La obra supuso una ruptura total respecto a la narra­tiva vigente en la época y constituye la primera mues­tra de uno de los géneros más originales de nuestra literatura: la novela picaresca.
En el Lazarillo aparecen ya los elementos que carac­terizan el género y que se refieren tanto a la figura del protagonista como a la técnica narrativa.
El protagonista de la novela picaresca es el pícaro. Se trata de un ser marginal, de origen inno­ble, que sirve a varios amos y cae en la mendicidad e incluso en la delincuencia.
El pícaro es, en realidad, un antihéroe que no se mueve por altos ideales, sino sólo por la necesidad de sobrevivir en un medio hostil. Entre sus carac­terísticas destacan el ingenio con que se desen­vuelve en las más adversas situaciones y su falta de escrúpulos de orden moral. Su meta es el ascenso social, meta que a veces alcanza parcialmente para luego volver a caer en su primitivo estado.
En cuanto a la técnica narrativa, la novela pica­resca se caracteriza por estar escrita en forma au­tobiográfica.
La autobiografía del pícaro no es una mera yuxta­posición de sucesos, sino que los distintos episodios están jerarquizados y tienen sentido en cuanto que llevan a un estadio final del personaje.
La técnica autobiográfica hace, por otra parte, que la obra presente una única visión de la realidad: la del pícaro.
En la producción narrativa del período observamos una tendencia al idealismo en géneros como la no­vela de caballerías, la novela sentimental, la novela morisca, la novela bizantina y la novela pastoril.
En este tipo de narraciones, la acción, el espacio y los personajes pertenecen a un mundo idealizado de in­fluencia platónica. El idealismo amoroso, la estiliza­ción de ambientes y personajes, la fantasía en la na­rración de los episodios y la intemporalidad son algunos de los rasgos de la narrativa de tipo idealista de esta época.
Junto a la narrativa de tipo idealista, hubo en la época una segunda tendencia, que podríamos considerar contraria por cuanto que echa sus raíces en la reali­dad. En esta tendencia al realismo se encuadra la no­vela picaresca.
Las narraciones dialogadas
Al éxito de la narrativa realista contribuyó no poco el pensamiento de Erasmo, al que no agradaba dema­siado la literatura de pura ficción o fantasía.
Dentro de este tipo de narrativa realista, los relatos dialogados se convirtieron en el género predilecto. Por una parte, estos relatos imitaban la forma más co­mún de comunicarse: el diálogo; por otra, permitían ejercer una crítica directa tanto de las personas como de las instituciones.
Entre las narraciones dialogadas más conocidas pue­den mencionarse El Crotalón, el Viaje de Turquía y La Lozana andaluza.
  El Crotalón es un diálogo satírico en el que un gallo relata a un zapatero sus múltiples reencarnaciones en diversos personajes. Este recurso da lugar a una aguda crítica contra personas e instituciones.
El Viaje de Turquía narra, también en forma dia­logada, las aventuras de Pedro de Urdemalas du­rante su cautiverio en tierra de turcos. El destacado lugar que tiene la sátira religiosa en este diálogo lo sitúa claramente dentro de la órbita erasmista.
  La Lozana andaluza, de Francisco Delicado, narra las andanzas de una joven cordobesa, bella y sen­sual, que ejerce en Roma la prostitución. En sus aventuras es acompañada por su criado, Rampín, personaje muy parecido al pícaro.
Por su recreo en la descripción de los bajos fondos y de la vida marginal, La Lozana andaluza se vin­cula con la tradición de La Celestina. Y lo mismo que Fernando de Rojas, Delicado es un maestro en el manejo de la lengua coloquial.
Muchos de los rasgos apuntados en estas narraciones dialogadas de corte realista aparecen también en el Lazarillo de Tormes.

La organización del texto: el autobiografismo
El Lazarillo de Tormes se nos presenta formalmente como una autobiografía real escrita en forma epistolar.
-    Lázaro, pregonero toledano, ha recibido una carta de un desconocido.
-    Este personaje le pide a Lázaro que le relate «el caso», es decir, la situación en la que Lázaro se encuentra en el momento de escribir la historia.
-    Lázaro escribe una carta a este personaje (al que él llama «Vuestra Merced»), pero en lugar de re­ferirle directamente el caso, cuenta por extenso su vida «porque se tenga entera noticia de mi persona».

La forma autobiográfica utilizada por el autor pre­tende crear en el lector la sensación de que se en­cuentra ante una historia real. Esta intención verista (de dar verosimilitud) es característica de la época, y, como hemos dicho, está en consonancia con el gusto que los seguidores de Erasmo tenían por la literatura de carácter testimonial.
La novela está construida en forma retrospectiva:
el narrador protagonista, ya en la edad adulta, pasa revista a los episodios de su vida como pícaro, es­pecialmente a aquellos que de algún modo explican su situación presente.
La obra está constituida por un prólogo, en el que Lázaro, ya adulto, explica los motivos que le mue­ven a contar su historia, y por siete tratados o ca­pítulos de extensión desigual que desarrollan la his­toria de Lázaro de forma lineal desde su infancia hasta el momento en que Lázaro escribe la carta. Se trata, por tanto, de una narración abierta que ad­mite continuaciones.

ORGANIZACIÓN DEL «LAZARILLO»

El contenido: las adversidades y el «medio»

Lázaro se mueve por dos motivos: la necesidad de comer y el afán de medrar. Desde que su madre lo entrega a un ciego, Lázaro lucha contra las adver­sidades hasta que, ya adulto, logra, según él, el as­censo social que anhelaba mediante su matrimonio y su empleo como pregonero.
Las peripecias de Lázaro se enmarcan en un tiempo y en un espacio muy definidos:

-   Tiempo. Lázaro cuenta que su padre murió en la expedición a los Gelves (hubo una en 1510 y otra en 1520), cuando él tenía ocho años. El libro ter­mina cuando el protagonista dice encontrarse «en la cumbre de toda buena fortuna», el año en que el emperador Carlos reunió Cortes en Toledo (1525 o 1539).
-   Espacio. Lázaro nace en Tejares (Salamanca), y su historia transcurre por lugares concretos y bien delimitados: Salamanca, Almorox, Escalona, Maqueda y Toledo. Tal es la España real en la que el pícaro sufre sus vicisitudes.
Los estilos de la obra
•      En las páginas del Lazarillo se nos muestra a su protagonista en dos momentos de su vida: Lázaro adulto y Lázaro niño.
De acuerdo con esta distinción, el profesor Alberto Blecua ha visto en la novela dos estilos que se co­rresponden con la intervención de uno u otro per­sonaje:
-   En la parte protagonizada por Lázaro adulto prevalece el estilo autobiográfico y subjetivo que se sirve, sobre todo, del recurso de la ironía.
-   En la parte protagonizada por Lázaro niño, do­minan las descripciones realistas y la narración de episodios divertidos.
•      A la hora de elegir el lenguaje que había de utilizar en su obra, el autor del Lazarillo tuvo presente lo expuesto en las retóricas, donde se establecía de forma precisa la lengua que había de usar un per­sonaje de acuerdo con su condición social. Así lo entiende el propio Lázaro, quien en el prólogo alude al «grosero estilo» en el que escribe. Por eso son frecuentes en la obra los refranes, las frases he­chas y los solecismos (incorrecciones lingüísticas), que  junto con el uso de los diminutivos y otros re­cursos coloquiales, dan a la novela su tono directo.
  Los personajes: el pícaro
El Lazarillo de Tormes es una novela de protago­nista; esto quiere decir que toda la acción de la obra gira en torno a un personaje principal: Lázaro. Ahora bien, junto a Lázaro desfilan por la obra una nutrida muestra de personajes representativos de la España del siglo XVI.
En la personalidad de Lázaro confluyen todos los rasgos que definen la figura del pícaro:
Lázaro nace en un hogar humilde y su padre era ladrón. Se trata, por lo tanto de un personaje de baja extracción social.
La madre de Lázaro lo entrega como criado a un mendigo ciego. Desde entonces vive marginal-mente en busca de mejor fortuna.
Sirve sucesivamente a varios amos.
El móvil de sus actos es matar el hambre; no se mueve por ideales.
Se desenvuelve con soltura en un medio hostil gracias a su ingenio y a la astucia que aprende de su primer amo, el ciego.
Practica la mendicidad y, aunque no cae en la de­lincuencia como otros picaros de novelas poste­riores, acepta sin ningún escrúpulo situaciones poco honrosas.
Intenta conseguir una cierta posición social, lo que no logra aunque él así lo crea.
 El personaje de Lázaro, a pesar de ser un original hallazgo, no fue creado de la nada por su autor. En­tre la multitud de personas necesitadas existentes en España en aquellos años, buena parte eran niños que, como Lázaro, deambulaban por pueblos y ciu­dades mendigando e intentando buscar un amo al que servir para remediar su hambre. Esta figura real pasó al folclore, a veces con el mismo nombre de Lázaro.
Personajes bien conocidos son también los que apa­recen junto al protagonista:
-   La figura del ciego mendigo tiene una larga tra­dición, tanto real como literaria, que llega hasta nuestros días. El niño que frecuentemente acom­paña a un ciego prestándolo ayuda sigue deno­minándose hoy «lazarillo».
-   Los personajes de condición religiosa, a los cua­les se satiriza, son exponente del estado de co­rrupción en el que vivía un sector del clero.
-   El escudero toledano ejemplifica el deseo de apa­rentar la honra, preocupación que compartieron muchos españoles de la época.

El mundo de la picaresca: la crítica social
Las páginas del Lazarillo nos ofrecen una visión descarnada de la realidad española. Frente a la visión idílica del mundo que nos ofrecen cienos gé­neros literarios del Renacimiento, la narración pi­caresca nos pone ante unos personajes de carne y hueso, cuya historia particular es un patético do­cumento social.
Si al estudiar La Celestina vemos cómo los perso­najes de baja condición compartían con los señores el protagonismo de la obra literaria, ahora en el La-zarillo la escena está ocupada totalmente por uno de esos marginados sociales. En efecto, Lázaro, el pro­tagonista, se mueve en un mundo de miserias y di­ficultades; la sociedad le tiene reservado un lugar que perpetúa su condición marginal y de deshere­dado por la fortuna. No obstante, el tono de rebel­día y resentimiento que conlleva la actitud de Lá­zaro al contar su vida por extenso sirve para poner de manifiesto las contradicciones de una sociedad en crisis y de unos tiempos conflictivos.
Se ha discutido acerca de la intención crítica del au­tor del Lazarillo. En el prólogo, el propio Lázaro nos da una clave sobre este aspecto cuando dice estas palabras:
Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y nunca oídas ni vistas vengan a noticias de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade y a los que no ahondaren tanto les deleite.
El narrador sugiere, pues, dos lecturas: una de en­tretenimiento, y otra reflexiva, posiblemente cri­tica, que permite «hallar algo».
Prescindiendo de la intencionalidad del autor, en la novela se muestran, en forma irónica, vicios o mo­dos de comportamiento de determinados grupos sociales. La crítica se centra en tres sectores: la mendicidad, la hidalguía y sobre todo la Iglesia, o por lo menos un sector de la misma.
Es notoria la preocupación que hay en la obra por el tema religioso: no puede pasar inadvertida la alta proporción de clérigos que en ella aparecen, cuyo comportamiento está lejos del espíritu evangélico. La crítica anticlerical que ello encierra se ha que­rido explicar por ser el autor un judeoconverso, por ser erasmista, por ser escéptico... Lo cierto es que esta postura puede inscribirse dentro de las co­rrientes de reforma espiritual que surgen durante el Renacimiento.

 Se puede consultar otro análisis de "Lazarillo de Tormes" en el siguiente link:


Fuente: AA.VV.: Literatura española, Ed. Santillana, Bs.As., 1992.

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