30 de noviembre de 2011: se cumplen 111 años del fallecimiento de Oscar Wilde
Para muchos críticos literarios, la última obra teatral de Oscar Wilde, La importancia de llamarse Ernesto, es la comedia más perfecta jamás escrita. La mayoría de sus otras obras dramáticas (Un marido ideal, Una mujer sin importancia, Salomé o El abanico de Lady Windermare) son obras maestras: como las piezas de Shakespeare o de Calderón tienen el raro mérito de poder ser disfrutadas plenamente tanto por el lector solitario como por el espectador que enfrenta su puesta en escena. Su única novela, El retrato de Dorian Gray, ya forma parte de la memoria mítica de Occidente.
Sus ensayos (El alma del hombre bajo el socialismo, y los cuatro que suelen reunirse bajo el título Intenciones) siguen iluminando el debate sobre arte y sentido de la vida. A pesar de una obra tan deslumbrante, Wilde consideraba que su propia existencia fue su mejor obra: "A mis libros, sólo le dediqué mi talento; reservé mi genio para mi vida", dijo.
Oscar Wilde, que había nacido el 16 de octubre de 1854 en Dublín, se destacó en todo lo que llevó a cabo: desde sus estudios literarios en la Universidad de Oxford (que aprobó con honores) hasta el lugar privilegiado que ocupó en el campo cultural londinense.
Su primera gran obra fue adoctrinar y embellecer América: a los 25 años llegó a los Estados Unidos para realizar una de las más importantes giras de conferencias que se celebraron por aquella época. Apenas si había publicado un libro de poemas y algún que otro artículo, pero ya se lo consideraba una de las más grandes promesas del arte.
En los Estados Unidos convocó a todo tipo de público: desde los hombres más ricos y sofisticados de Nueva York o Boston hasta a los mineros de las Rocosas. En sus recuerdos de esa gira, Wilde anotó: "La población de Leadville, que está considerada la ciudad más violenta del mundo, está compuesta de mineros y hombre rudos que trabajan en las fundiciones, por eso les hablé de la Ética del Arte. Leí trozos de la autobiografía de Cellini y parecieron encantados. Me reprocharon que no lo hubiese llevado conmigo hasta allí. Cuando les dije que había muerto, me preguntaron quién le había pegado el tiro".
Poco antes de cumplir los 30 años se casó con Constance Holland, con quien tuvo dos hijos: Cyril, el mayor, que murió en combate durante la Primera Guerra Mundial, y Vyvyan. Luego del nacimiento de su segundo hijo, Wilde tuvo su primera relación sexual con otro hombre: su compañero fue Robert Ross, un joven de Oxford que por entonces tenía 17 años. Según Ross, la iniciativa le correspondió a él: Wilde era un provocador nato al que le gustaba escandalizar a la sociedad victoriana, pero hasta ese momento no había consumado su amor a los muchachos. Ross fue desde el principio el amigo más fiel de Wilde y, luego de su muerte, se convirtió en su albacea literario. Poco después, Wilde conoció a Lord Alfred Douglas, hijo menor del marqués de Queensberry. Con Lord Alfred (conocido desde niño como Bosie) Wilde entabló una complicada relación afectiva que lo terminaría llevando a la cárcel.
El marqués -intentando herir a su hijo, con el que estaba enfrentado- insultó públicamente a Wilde y éste le entabló demanda judicial. Durante el juicio, ocurrido a mediados de 1895, el marqués presentó a jóvenes prostitutos con los que Wilde había tenido tratos y dio vuelta la situación: colocó al escritor en el banquillo de los acusados, fue condenado por "conducta indecente” a dos años de trabajos forzados. Cuando recuperó la libertad apenas si era una sombra de lo que había sido. En los tres años que restaban hasta su muerte solo publicó un libro (La balada de la cárcel de Reading) y vivió en el exilio, primero en Italia y luego en Francia.
En Gran Bretaña, donde había sido el hombre más famoso y admirado de su época, ahora sufría todo tipo de humillaciones: hasta fue borrado su nombre de la lista de alumnos del colegio en el que cursó sus estudios secundarios. Salvo Robert Ross, que lo ayudó en todo lo que pudo y que después de su muerte se encargó de sus hijos, casi todo el mundo le dio vuelta la cara. En 1908, con una fiesta en el Ritz de París (como le hubiera gustado a Wilde), el fiel Ross presentó la primera edición de su obra completa. A pesar de que faltaba casi medio siglo para que el escritor irlandés volviera a convocar multitudes ese rescate de Ross lo volvió a poner en circulación: hasta entonces su nombre se había transformado en un insulto. Incluso en el Río de la Plata (Buenos Aires, Argentina) no podía ni hablarse de Wilde. En un artículo de 1909, un solitario Soiza Reilly rescata su obra y deplora que se haya prohibido en Buenos Aires el estreno de Salomé.
A Vincent O'Sullivan, otro de los pocos que lo frecuentaron al final de su vida, Wilde premonitoriamente le había dicho años antes: "Hay algo de vulgar en el éxito; los grandes hombres fracasan o, al menos en su época, parecen haber fracasado; el tiempo es el que los reivindica". Murió el 30 de noviembre de 1900, a los 46 años. Tuvieron que pasar décadas para que se supiera que habla sido además de un escritor genial, un gran hombre.
Fuente: Daniel Molina
Suplemento Cultura Y nación- Diario Clarín
Fecha de publicación: sin datos
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