Las raíces del Romanticismo de Isaiah Berlin
Isaiah Berlín , uno de los autores más brillantes de nuestra época, estaba poco menos que obsesionado por el problema del romanticismo y su confrontación con la modernidad. Debate y polémica en los que él tomó siempre partido por las ideas, perspectivas y posiciones de los hombres del Iluminismo, como lo demuestra otra de sus frases favoritas: "Soy un admirador de los enciclopedistas, los grandes materialistas liberales del siglo XVIII que llevaron a cabo la tarea de burlarse y minar una gran cantidad de cosas oscurantistas y odiosas en la Europa de la época. ( ... ) Voltaire fue el liberador más grande los tiempos modernos".
Sobre este apoyo a los hombres e ideas de la Ilustración, no hay margen para ningún error, pero un liberal de la estirpe de Berlin, un humanista amigo de la diversidad de las culturas, a quien, si algo le producía escozor era el espíritu dogmático y la pertenencia a escuelas, comenzó a preocuparse por algunas falencias del pensamiento moderno. Entre ellas, la excesiva confianza en que la razón podía alcanzar un saber completo, su excesiva inconsciencia e indiferencia por la complejidad de las sociedades modernas y la necesidad de reconstruir su legado.
Es esto precisamente, lo que lo llevó a interesarse en las concepciones del romanticismo, en sus más diversos campos y su expresión no sólo en el movimiento conocido en Alemania como el Sturm und Drang, sino en sus fuentes y proyecciones en otros países como Inglaterra, Francia, e incluso en Rusia, donde las obras de Herder, Fichte, Schelling y Friedrich Schlegel impactaron con fuerza en la estética de Pushkin, Gogol Lermontov y Nekrasov.
El núcleo del trabajo de Isaiah Berlin es correlacionar dos perspectivas en oposición, examinando los ataques del romanticismo a la modernidad desde dos campos: el de los románticos "moderados" y el de los románticos "desesperados" (...) A partir de esta distinción entre uno y otro tipo de románticos, Berlin examina la polémica contra la modernidad relatando, por un lado, su oposición común a las ideas de la Ilustración y, por el otro, sus diferencias internas que excluyen toda creencia en un romanticismo homogéneo, dado que algunos están dotados de un optimismo místico y otros de un pesimismo aterrador, lo que pone en juego una desigual calidad de los escritos. Pero antes de hablar sobre la multiplicidad de autores, escritos e ideas, vale la pena abordar los puntos centrales de la polémica y los efectos perdurables del Romanticismo.
Si ponemos frente a frente las cuestiones en debate, encontramos en la columna de la modernidad algunos puntos fundamentales. El primero de ellos es el racionalismo como rechazo de la tradición y el oscurantismo del pasado, de todo el sistema medieval y el antiguo régimen del poder absoluto de los reyes. El segundo, la afirmación del conocimiento como paradigma del modelo racional. Luego, el rol preponderante de la ciencia, independizada de la religión desde la creación del método científico por Francis Bacon en el siglo XVII. Y, finalmente, el concepto de verdad como soporte, fundamento y garantía de todo el edificio. Una verdad objetiva, absoluta, válida en todo tiempo y lugar, eterna, respaldada por la teoría de la correspondencia, propuesta por Aristóteles en su Organon.
La isla de los muertos de Arnold Bocklin. Esta imagen refleja e ilustra un momento típico del tardío Romanticismo alemán. |
No habría una estructura de la naturaleza que condicione al hombre: es una voluntad libre, asentada en la consigna “quiero, luego soy", contra el "pienso, luego existo" cartesiano. Las cosas no son lo que son por necesidad, por depender de una estructura inalterable metafísica o teológica, con el hombre como una ameba a los pies de Dios o de la creación. El error, para ellos, estaba en suponer que había leyes externas, objetivas ya dadas, fuera del control humano. El núcleo de la vida consistía en un vasto proceso creativo, en la invención; nuestro universo es lo que elegimos hacer de él. El flujo de la vida sería, entonces, la interminable creatividad propia, el impulso infinito, inagotable en la realidad, que lo finito intentaba simbolizar sin lograrlo nunca en forma completa.
Muchos son los románticos citados por Berlin, de Byron a Goethe, de Hölderlin a Hoffmann, de Shakespeare a Milton, Walter Scott, List y Gérard de Nerval, quien para provocar y atraer la atención arrastraba una langosta por las calles de París.
Pero los desarrollos más circunstanciados se asignan en particular a dos pastores protestantes: al vitalismo místico de Johann G. Hamann, llamado Mago del Norte, y a su discípulo Johann G. Herder, quien durante cuarenta años usaba en sus escritos la palabra "palingenesia" para calificar su trabajo como dinámica de renacimiento, repetición o devenir. Un romanticismo que si se introduce en lo divino no lo hace por religiosidad, sino por razones líricas, de estética, a fin de incorporar la ilusión, el Wahn, convocante de palabras "para que dancen ululando sobre las ideas", e inyecten sangre en una lengua clásica anémica. Un romanticismo que influyó en el Juan Bautista Alberdi de la música, el autor de El espíritu de la música. Método para aprender el piano con la mayor facilidad y El Gigante Amapolas y en todo el romanticismo del Río de la Plata.
En cuanto a Berlin, digamos como conclusión, que en ningún modo desatendió los riesgos del Romanticismo "desenfrenado" en la acción política, su influencia en el núcleo de la teoría orgánica
de la política y la concepción de la ley como el producto de la fuerza palpitante de una nación.
Fuente: Enrique Mari- Suplemento Cultura Y nación-Diario Clarín-
Fecha de publicación :sin datos
No hay comentarios:
Publicar un comentario