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5 de junio de 2013

El viaje como aprendizaje- El periplo del héroe (Joseph Campbell - El regreso: Simbad el marino, Telémaco, Ulises, Jonás, Eneas

El viaje como aprendizaje-  El periplo del héroe (Joseph Campbell - El regreso:
 Simbad el marino, Telémaco, Ulises, Jonás, Eneas


El periplo de Simbad

Simbad es un héroe inquieto, un amante del peligro que, cuando se encuentra frente a tremendas amenazas, se promete que —si sobrevive— abandonará sus andanzas; pero, más tarde, olvida esas promesas y vuel­ve a partir.
Para destacar estas cualidades ante su auditorio, el narrador anónimo de sus aventuras le contrapone un doble: otro personaje, llamado tam­bién Simbad, que es su opuesto. Este Simbad, el de la tierra, es un changador, que vive de su modesto trabajo y es conducido, por la voluntad de Alá, a la casa de su tocayo.
El encuentro entre ambos (que, quizás, representan las dos facetas que tenemos todos: una que nos apega a la tierra y otra que nos lanza al mar de la aventura) es el marco narrativo que da unidad al relato de los viajes de Simbad el marino. Con ellos, sucede lo mismo que con los cuentos que integran Las mil y una noches: son prácticamente independientes entre sí y sólo se relacionan por el personaje que los protagoniza.
En cada uno de sus siete viajes, el héroe realiza el mismo recorrido o periplo: se embarca con sus mercancías en Basra, que es el umbral ha­cia las tierras lejanas; pero un naufragio o peligro extremo lo lleva a una situación cercana a la muerte, que supera con la ayuda sobrenatural de Alá. A continuación, pasa por una serie de pruebas que lo oponen a se­res monstruosos o a costumbres salvajes, hasta que encuentra a quienes lo ayudan a recuperar su fortuna. Entonces regresa a Basra y, de allí a su ciudad natal, donde, enriquecido, favorece a la comunidad con limosnas y a sus amigos, con regalos.

La estructura que acabamos de enunciar constituye lo que Joseph Campbell denomina el periplo del héroe, y puede aplicarse, en sus líneas generales, a otros personajes literarios, como Ulises, Eneas o Jasón. A todos ellos, se les atribuyen hazañas que provienen de la tradición oral y, con frecuencia, viven aventuras muy similares.


El viaje como aprendizaje
Viajar es crecer, y esto es lo que le su­cede, efectivamente, a cada uno de estos héroes.
Tomemos a Telémaco, por ejemplo, el hijo de Ulises. El joven vive con su madre, Penélope, en Ítaca. Ambos esperan la llegada de su padre, que deberá retomar las riendas del palacio y de su reino. Entonces una diosa, Atenea, realiza el llamado a la aventura: le pide al joven que parta en busca de su padre. Esto significa, para Telémaco, abandonar la pe­queña isla conocida y familiar en donde transcurrió su infancia para cruzar el umbral que lo separa del ancho mundo de ignorados peligros. Con la ayuda de la diosa, logra superar los obstáculos, y volver sano y salvo a Ítaca. Al hacerlo, se encontrará con Ulises, que ha regresado por otro camino, y podrá ayudarlo a recuperar su poder. A través de su viaje, Telémaco adquiere confianza en sí mismo y puede encontrarse, ya adulto, en pie de igualdad con su padre, el rey.
Este aprendizaje de Telémaco tiene su equivalente en algunas cos­tumbres actuales, como el viaje de egresados o la luna de miel: ambos marcan el cierre de una etapa y el comienzo de otra, de mayor libertad y responsabilidad. En ambos casos, un viaje geográfico anticipa y simboliza un recorrido interior, de crecimiento personal y social.

Para cambiar un modo de vida por otro, es necesario, de alguna manera, "morir" a lo viejo para abrirse a experiencias nuevas. Este pasaje está simbolizado literariamente por lo que Campbell llama el vientre de la ballena o el paso por el reino de la noche.
La extraña denominación proviene de lo que le sucedió a Jonás. Este héroe bíblico, probablemente legendario, en una ocasión, se encontraba huyendo de la presencia de Dios: en lugar de dirigirse a Nínive, como Yahvé le había ordenado, tomó un barco rumbo a Tarso.

Pero el Señor envió un fuerte viento sobre el mar, y se desenca­denó una tempestad tan grande, que el barco estaba a punto de partirse.

Sabiéndose culpable de la tormenta, Jonás propuso a los marineros que, para calmarla, lo arrojaran al mar; estos así lo hicieron. Es entonces cuando interviene la ballena:

El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este perma­neció en el vientre del pez tres días y tres noches. Entonces Jonás oró al Señor, su Dios, desde el vientre del pez, diciendo: "Desde mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió [...]". Enton­ces el Señor dio una orden al pez, y este arrojó a Jonás sobre la tierra firme

En algún momento de su viaje, todo héroe, como Jonás, abandona temporariamente el mundo de los vivos y penetra en las regiones sub­terráneas de la muerte: Ulises y Eneas descienden al Hades, el lugar donde moran las almas de los muertos, en tanto Simbad vive una experiencia semejante durante su cuarto viaje. Este paso por el reino de la noche es clave en la formación del héroe, ya que superarlo le otorga poder sobre las zonas más temidas por los hombres.
Al "renacer", el personaje se ha transformado y tiene las fuerzas necesarias para superar el camino de las pruebas, donde lo aguardan cíclopes y sirenas, aves fabulosas o dragones. Todos estos oponentes simbolizan tanto los peligros "reales" que presenta la vida adulta, como aquellos otros temores internos que traemos desde niños, como el miedo a la oscuridad, por ejemplo.

El regreso
Tan accidentado era el camino de vuelta a la patria, que entre los griegos surgió un subgénero literario, los nostoi ('regresos'), que rela­tan las desventuras sufridas por los caudillos griegos al regresar de la guerra de Troya. Su mayor exponente es, sin duda, La Odisea de Homero (siglo IX a. C).
El regreso de un héroe siempre es glorioso. El grado de su éxito depen­de, por supuesto, de la envergadura de su misión. Simbad, que es un mercader, retorna rico. Ulises, un rey, recobra su trono. Pero, de los personajes mencionados hasta ahora, el más importante es Eneas, que tiene como misión fundar una ciudad nueva, porque la suya —Troya-ha sido destruida. Nadie más obediente que él -que es hijo de la diosa Venus y del troyano Anquises- a los designios divinos. Realiza un largo y peligroso trayecto, desde Asia Menor hasta Italia, para fundar Alba Longa, cuna de los legendarios Rómulo y Remo, que, a su vez, crearán la ciudad de Roma.
Árabes, griegos, hebreos y romanos, como se ve, completan el mismo proceso de crecimiento. El viajero es el hombre; y el viaje, nuestra vi­da, que nos brinda la posibilidad de convertirnos en héroes.







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