Theodor Wiesengrund Adorno:
biografía, pensamiento, filosofía, obras.
Theodor
Wiesengrund Adorno es uno de los principales componentes del grupo de intelectuales,
filósofos y sociólogos que forman la Escuela de Frankfurt, cuya filosofía
recibe en conjunto el nombre de Teoría Crítica. Nacido en 1903 en Frankfurt, estudia
filosofía, sociología y música en la Universidad de esa ciudad. En 1925 conoce
a Alban Berg, con el que estudiará composición musical en Viena, entrando en
contacto con el círculo de Arnold Schönberg. En 1930, Adorno se integra en el Instituto
para la Investigación Social de Frankfurt, fundado en 1923 y dirigido entonces
por Max Horkheimer. En 1931 consigue su habilitación con la Kierkegaard: construcción de lo estético,
publicada en 1933. En ese mismo año, el gobierno nazi le retira su permiso
docente y se traslada a Oxford. Desde 1938 reside en Nueva York y Los Ángeles,
donde continúa con la actividad del Instituto, y redacta algunos de sus más
influyentes trabajos. Retorna a Alemania en 1949, ejerciendo como profesor de
filosofía y sociología en la Universidad de Frankfurt hasta su muerte. Durante
estos años, codirige el Instituto y produce una larga serie de escritos de
filosofía, teoría del conocimiento, crítica cultural y musicología. Muere en el
año 1969.
La
reflexión de Adorno, sustentada en una elevada formación musical y estética y
un sólido conocimiento de la filosofía clásica alemana, tiene como intención
general la recuperación de la vertiente dialéctica y crítica de la razón.
Inmerso en realidades históricas como el ascenso del fascismo europeo, el
devenir del marxismo en los países socialistas y el creciente poder de
integración de la cultura de masas, Adorno utiliza la base dialéctica del
hegeliano-marxismo como fundamento de una crítica social radical capaz de
enfrentarse a las nuevas formas de dominio, que no se expresan sólo en la
violencia desnuda del poder, sino que se encauzan igualmente a través de la
absoluta normalización de los modos de pensamiento y conducta.
El diagnóstico de
Adorno, fundado en la noción de identidad,
caracteriza a las sociedades contemporáneas por la pérdida de la posibilidad de
la resistencia, la cosificación total de las formas de la experiencia y la
acción y la extinción de toda posible diferencia.
Frente al incuestionado triunfo de lo existente, en el que cada uno de los
elementos de la realidad se vuelve idéntico a su función social, la dialéctica
de Adorno trata de mostrar la naturaleza dinámica y conflictiva de la realidad,
sacando a la luz la serie de sus tensiones no resueltas. La filosofía de Hegel
y Marx es utilizada, en este sentido, para mostrar la irrebasable distancia
entre ideología y realidad, así como el carácter ficticio de toda identidad, y
recordar que el pensamiento sólo puede expresar la realidad en virtud de la
tensión entre los conceptos. Adorno extiende así la crítica social al examen de
los fundamentos y los instrumentos mismos del pensar, sumando a la crítica de
la economía política de raíz marxiana (que era el interés predominante en el
Instituto) la crítica de las formas de la racionalidad, el discurso y la
experiencia.
Los
estudios sobre Kierkegaard y Husserl dan prueba de este interés de Adorno por
la crítica de las formas de lo idéntico, lo puro o lo permanente. En Kierkegaard: construcción de lo estético,
Adorno analiza la noción de «interioridad» propia del
existencialismo kierkegaardiano, que suprime cualquier consideración histórica
o concreta de la subjetividad y encierra al individuo en su propia mismidad.
Por su parte, la metafísica de Husserl y su pretensión de alcanzar un
conocimiento esencial y desinteresado del mundo promueven una ontología que,
desvinculada de la estructura real del ser, pierde toda capacidad de
explicación del presente y, por lo tanto, de intervención consciente en el
mundo (Metacrítica de la teoría del
conocimiento, 1956). En ambos casos, la sacralización de la subjetividad produce una reducción
de la mirada teórica, que ignora la pluralidad de lo real y se niega a
enfrentarse al mundo como algo esencialmente diferente del pensamiento e
irreductible a él.
La insistencia de Adorno en el poder de negación de la filosofía incide en la
necesidad de evitar que el mundo se pueda considerar definitivamente nombrado
en virtud de ciertas categorías sociales o científicas. La fuerza crítica de la
dialéctica descansa en su capacidad para mostrar el carácter mediado de todo
concepto, y permite condenar toda aquella ideología que —como el positivismo,
la fenomenología o la ontología heideggeriana, pero también el materialismo
histórico ortodoxo— pretenda haber ofrecido el rostro definitivo y terminado de
la realidad. El pensamiento sólo puede hacer justicia a lo existente dando
entrada a lo cambiante y sirviendo de testimonio de la esencial negatividad de
lo real.
El más influyente
texto de Adorno es una obra escrita en colaboración con Max Horkheimer: Dialéctica de la Ilustración, publicada
en 1947. En ella, Adorno y Horkheimer acentúan la impureza de la
razón y su relación con el interés, analizan el contenido de poder que
arrastran las nociones modernas de «cultura» y «yo», y realizan una profunda
crítica al mito del progreso histórico. El eje del libro es el rechazo de la
creencia moderna en la radical oposición entre Ilustración y mito: en el proceso
mismo de imponerse al mito (todo aquello que no es conceptualizable ni
identificable), la razón ilustrada se asimila a la violencia y la ceguera del
mito, aniquilando todo lo que es distinto a ella misma. En esta inversión
consiste la «dialéctica» de la Ilustración, por la que el potencial liberador
de la razón termina por ponerse al servicio de una civilización técnica e
ideológicamente cerrada sobre sí misma. La Ilustración incumple la promesa de
una sociedad verdaderamente racional, y adopta como nuevo mito un proceso de
«modernización» que se limita a gestionar y administrar la realidad existente.
Así se muestra en el caso del nazismo, que hace patente el modo en el que la
racionalidad puede plegarse al horror máximo, colaborando en el más perfecto
desarrollo técnico del exterminio humano. En general, el modelo de razón
adoptado por las sociedades modernas es el de la razón calculadora o
instrumental, tan dotada para formular y refinar los medios de la acción como incapacitada para proponer fines universales. Éstos siguen
respondiendo a la lógica de la autoconservación del sistema y la hostilidad a
lo diferente, que rige tanto el dominio de la naturaleza como las propias
relaciones entre los hombres. A pesar de la ambigüedad de algunas de las ideas
de Dialéctica de la Ilustración, la
crítica de la razón de Adorno y Horkheimer no defiende la recuperación de los
componentes irracionales de la subjetividad, sino el cumplimiento pleno de las
expectativas prácticas de la razón, que sólo podrán alcanzarse tras reconocer
que los procesos de racionalización propios de las sociedades capitalistas
avanzadas no suponen de manera inmediata la extinción de la barbarie.
Las
intenciones filosóficas de Adorno encuentran su expresión más definitoria en la
obra Dialéctica negativa (1966).
Acentuando el carácter «negativo» de la dialéctica, Adorno hace explícito su
rechazo de las sistematizaciones positivas de la filosofía y su defensa de la
negatividad irreductible del pensamiento y la realidad. Mientras que los
modelos dialécticos de Hegel y del materialismo histórico habían admitido la
noción de «devenir» sólo a condición de someterlo a un orden y una finalidad,
la dialéctica negativa se enfrenta a él como realidad fundamental, renunciando
de antemano a toda tentativa de «superar» la contradicción y la contingencia. A
lo largo de una obra considerablemente compleja, Adorno trata de promover un
modo de discurso filosófico capaz de expresar la diferencia sin dominarla, esto
es, de traerla a concepto sin reducirla a él. A ello se orienta el uso de
«constelaciones» de términos, la defensa de la mirada micrológica sobre el
mundo o la preferencia por el fragmento filosófico. Estos y otros elementos dan
prueba del intento de Adorno por hacer justicia a los aspectos particulares y
concretos de la realidad, e impedir que se vean subsumidos en una doctrina
general del mundo. Frente al interés sintético y totalizador de Hegel, la
dialéctica negativa se presenta como una lógica de lo menor, que rescata todo aquello
que no ha sido integrado por las grandes categorías del pensamiento, y lo
utiliza para mostrar las fisuras del orden establecido.
Esta
misma intención es la que guía la reflexión de Adorno sobre el arte, que se
presenta en la obra inacabada Teoría
estética, publicada a su muerte. Para Adorno, el arte debe ser órgano de
expresión de lo heterogéneo y lo excluido, y mostrar el antagonismo bajo la
forma de la asonancia, la extrañeza y la distorsión. Más que exigir al arte una
politización directa (como pretendía el realismo socialista), Adorno aboga por
la subversión de los cánones estéticos clásicos —como, por ejemplo, la
narración coherente y los personajes identificables, en la literatura; o la
melodía y la armonía, en la música— y la exploración de lo insoportable como
medio de llevar al sujeto más allá de su experiencia normalizada. Lo estético
pasa a ser comprendido bajo el prisma de la disonancia, que tiene el objetivo
de introducir el caos y la tensión en la reproducción del mundo integrado. Los
referentes estéticos de Adorno son por ello figuras que emplean la expresión
artística para mostrar, por debajo del mundo de lo familiar, la persistencia de
lo no dominado y lo inexplicable: tal es el caso de escritores como Franz Kafka
y Samuel Beckett, y de compositores como Arnold Schönberg.
Además
de las citadas, Adorno escribe numerosas obras, entre las que destacan La jerga de la autenticidad (1964), dura
crítica de la ontología de Heidegger, y Minima
moralia (1951), uno de sus textos más reconocidos, colección de aforismos
filosóficos a través de los cuales Adorno explora los rasgos de la «vida
dañada». Otros libros, como Prismas
(1955), Intervenciones (1963), Consignas] (1969), Notas de literatura (1963) o Tres
estudios sobre Hegel (1963), recogen escritos de Adorno, y Filosofía de la nueva música (1949), Disonancias (1956), Mahler (1960) o Alban Berg
(1968) dan cuenta de sus aportaciones a la teoría de la música. En conjunto, el
pensamiento de Adorno, dirigido a la «negación determinada de lo existente», ha
de entenderse como un intento de profundizar en la autocrítica de las formas
contemporáneas de pensamiento y experiencia.
Fuente: Diccionario Espasa Filosofía
Germán Cano Cuenca & Ángel Manuel
Faerna García-Bermejo & Pablo López Álvarez & Eugenio Moya Cantero
& Jacobo Muñoz & Ángeles J. Perona, 2003