A fines de la década de 1960 se desarrollaron movimientos de agitación social
y política protagonizados por jóvenes en distintos lugares del mundo. El
movimiento conocido como "el Mayo Francés", en el que los estudiantes
y trabajadores de París, en 1968, se rebelaron violentamente contra el
gobierno de De Gaulle y contra el orden social burgués, fue el que más influyó
en las ideas y en las actitudes de los estudiantes argentinos.
Las consignas de los
universitarios franceses- Seamos realistas, pidamos lo imposible; La imaginación al poder o Prohibido prohibir, reflejaron los ideales
libertarios y los deseos de cambios radicales de muchos jóvenes de esta
generación. También tuvo una gran trascendencia la llamada "Primavera de
Praga", un movimiento del pueblo checoslovaco que intentó construir un
socialismo con rostro humano, democrático y autogestionario, y que fue
reprimido por tropas enviadas por
gobierno de la URSS. En México, una
protesta estudiantil fue reprimida violentamente en el estadio de Tlatelolco y
murieron cientos de estudiantes.
Las décadas de 1960 y 1970 estuvieron marcadas por
la internacionalización de la cultura y el desarrollo de la industria cultural.
Las producciones generadas en el centro del sistema capitalista se propagaron
rápidamente hacia la periferia. En la Argentina, algunas de esas producciones
—como la minifalda, los Beatles, los Rolling Stones, el cine "de
protesta" y el "de reflexión"— tuvieron un vigoroso impacto
entre los sectores juveniles.
Estos años estuvieron signados por el protagonismo
de los jóvenes. El deseo de cambios revolucionarios y la necesidad de adoptar
actitudes radicales, vanguardistas y de ruptura con el sistema fueron las
notas distintivas de la cultura de una gran parte de la sociedad en aquellos
años. Casi ninguna esfera de la vida cultural estuvo ajena a ese espíritu cuestionador
y de transformación de todo lo existente, en el que se entremezclaron las
influencias procedentes del exterior con posiciones que reivindicaban las
raíces nacionales y populares. Una generación joven de rockeros, folcloristas,
artistas de vanguardia, intelectuales y militantes políticos fue la expresión
de esos anhelos y utopías.
LA CULTURA NACIONAL Y POPULAR
Hacia mediados de la década de los años sesenta,
entre los intelectuales y los estudiantes —y también en una parte de los
sectores medios— se fue conformando una corriente de pensamiento crítica de la
tradición liberal, a la que calificaban de "europeizante" y
"colonialista".
Los intelectuales que acordaban con esta corriente
plantearon como alternativa un pensamiento antiimperialista, que debía buscar
sus raíces e identidad en la cultura latinoamericana. El resultado de esta
reorientación ideológica fue la formación de una corriente de pensamiento que
se conoció como "izquierda nacional".
En esta nueva corriente confluyeron escritores,
poetas, novelistas y periodistas, entre otros Leopoldo Marechal, Rodolfo
Walsh, Francisco Urondo, Juan Gelman, Humberto Constantini, los hermanos
Cedrón; filósofos, historiadores y ensayistas, como Juan José Hernández
Arregui, Arturo Jauretche, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo L. Duhalde, Jorge A. Ramos.
Todos ellos provenían de distintas corrientes ideológicas y políticas, pero
compartían la necesidad de expresar un ideal revolucionario "nacional y
popular", que se integrara con las "luchas por la liberación de los
pueblos". La noción de "socialismo nacional" fue la fórmula que
expresó de manera sintética sus anhelos de vincular el pensamiento y la teoría
marxista con la experiencia política peronista de la clase obrera argentina, a
la que consideraban el sujeto revolucionario.
Desde esta perspectiva, los intelectuales revisaron
la historia argentina buscando las claves de interpretación en las luchas
populares contra la dominación colonial. La revisión de la experiencia
peronista incluyó la valoración de la figura de Eva Perón, que se transformó en
un mito revolucionario. Su figura combativa fue asociada a la de líderes
guerrilleros como Ernesto Che Guevara. La izquierda peronista la exaltó
en sus banderas con la consigna "Si Evita viviera sería montonera".
Las revistas Cristianismo y Revolución —dirigida
por Juan García Elorrio— y Crisis —dirigida por el escritor uruguayo
Eduardo Galeano— fueron algunos de los más importantes vehículos de difusión
de estas ideas. El ensayo histórico Las venas abiertas de América latina, de
Galeano, y La formación de la conciencia nacional, de J. J. Hernández
Arregui, fueron dos de los libros que más contribuyeron a expandir el ideario
revolucionario. También tuvieron una gran influencia en los ámbitos intelectuales
las obras del pedagogo brasileño Paulo Freire —sobre todas, la Pedagogía
del oprimido—, las del argelino Franz Fanón —autor de Los condenados de
la tierra— y los escritos del líder comunista chino Mao Tse-tung. Muchas
de estas obras circulaban más allá de los reducidos ámbitos académicos de las
universidades y eran leídas por los militantes políticos, entre quienes también
estaban muy difundidas las obras de la chilena Marta Harnecker —consideradas
como manuales de marxismo— o el Diario del Che, escrito por Ernesto Guevara durante su
trunca y fatal experiencia guerrillera en Bolivia.
La radicalización política que se intensificó en la
década de 1970 y este conjunto de
influencias ideológicas favorecieron la aceptación de la violencia como un
camino legítimo para transformar un orden social considerado injusto. La
violencia constituyó un elemento constante en la cultura política argentina de
aquellos años, al mismo tiempo que la democracia política aparecía
desjerarquizada —se hablaba despectivamente de la "partidocracia
liberal"—, luego de muchos años de proscripciones y gobiernos militares y
civiles ilegítimos.
Para amplios sectores de la sociedad argentina, la
violencia política era un fenómeno cotidiano, al que se aceptaba como normal e
inevitable. Se hizo de uso frecuente la expresión la violencia de arriba
engendra la violencia de abajo, para justificar el derecho del oprimido a
liberarse del represor. La violencia en manos del pueblo fue considerada
por muchos como sinónimo de justicia.
EL TEATRO POPULAR Y EL CINE NACIONAL
La polarización social y política de los años
setenta aceleró la reacción contra "la cultura del consumo y la
frivolidad". Muchos artistas intentaron generar formas autogestionarias y
comunitarias de arte popular.
En el ámbito teatral comenzaron a representarse
obras con temáticas sociales, como La flaca, de Ricardo Talesnik
—estrenada en 1968— o decididamente políticas como El avión negro, referida
al regreso de Perón, escrita en colaboración por Carlos Somigliana, Roberto
Cossa, Germán Rozenmacher y Talesnik, en 1970.
También surgieron propuestas como la del Grupo
Octubre, creado por Norman Brisky, que impulsó la difusión del teatro
callejero en los barrios populares. En 1973, a tono con el clima de
movilización política que provocó el retorno del peronismo al gobierno, muchos
actores hicieron explícita su filiación política y se definieron como
"artistas peronistas". Dirigido por el actor Juan Carlos Gene, se
formó el Centro Cultural Nacional José Podestá, que llevó el teatro a
los clubes de barrio, las unidades básicas peronistas y las villas miseria.
La difusión de estas tendencias culturales en las
que se abrían paso los planteos "nacionales y populares" también se
manifestó en el cine. Por esos años, cobró un gran impulso el cine argentino.
En septiembre de 1974, la revista Panorama comentaba el renacimiento del
cine argentino: "Después de muchos
años, la calle Lavalle y decenas de salas de barrio aparecieron pobladas de
títulos nacionales, relegando al cine extranjero a un inusitado segundo plano.
Temerosos, pero con esperanzas, directores y público se preguntan cuánto durará
el fenómeno".
Películas como La Patagonia rebelde —dirigida por
Héctor Olivera con libro de Osvaldo Bayer— y Quebracho —de Ricardo
Wülicher— fueron las primeras grandes producciones que abordaron temas
históricos con una intencionalidad política. Juan Moreira, dirigida por
Leonardo Favio, también buscaba rescatar temáticas populares del pasado no
registradas por la historia oficial y llegó a ser un éxito de público.
El proyecto más audaz e integral para construir un
cine político fue el emprendido por el Grupo Cine Liberación, dirigido
por Fernando "Pino" Solanas y Octavio Getino. Los realizadores de
este grupo trataron de reflejar en el cine las luchas de la resistencia
peronista y de extender "la lucha por la liberación" al campo de la
cultura. Fueron los responsables de La hora de los hornos (1966), una
película de tono militante y estilo documental, y de Actualización política
y doctrinaria para la toma del poder y Perón y la revolución
justicialista, filmadas en Madrid y basadas en extensos reportajes al
exiliado líder del justicialismo. Estas películas no pudieron exhibirse en las
salas comerciales y debieron difundirse semiclandestinamente en circuitos
organizados por los militantes del peronismo revolucionario.
A principios de la década
de 1970, se expandió notablemente la venta de televisores —800.000 en 1960 y
3.700.000 en 1971—, arreció la publicidad que incitaba al consumo por medio de
cortos publicitarios y jingles
y comenzó a difundirse la noción de marketing.
Aunque en esos años la televisión fue
cuestionada por los sectores más radicalizados como medio de penetración de las
pautas de la sociedad de consumo, también permitió la difusión masiva de obras
de autores de teatro y directores cinematográficos militantes de las nuevas
corrientes. Uno de los más importantes grupos de teatro que tuvieron difusión
televisiva fue el llamado "Clan Stlvel", creado y dirigido por David
Stivel y del que formaban parte, entre otros, Sergio Renán, Norma Aleandro,
Alfredo Alcón y Bárbara Mujica.
Fuente:
M. E. Alonso y E. C. Vázquez
Historia : la Argentina contemporánea (1852-1999)
Ed.Aique, Bs.As; 2006