La referencialidad: el realismo y la novela
La concepción de la literatura como representación de la realidad
se vincula tradicionalmente con el realismo y el realismo
con
la novela, forma literaria típica de la sociedad burguesa.
Desde el Renacimiento hasta fines del siglo XIX, el realismo se asoció con el ideal de precisión
referencial. Este ideal, que lleva a ocultar el objeto imitante (o el medio)
para colocar en un primer plano el objeto imitado,
suele adoptar como modelo las representaciones visuales: el espejo y la ventana son solo algunas de las metáforas empleadas para caracterizar a la literatura realista.
Raymond Williams
(2003) establece una distinción entre un uso técnico
del término “realismo” y un uso que remite
al contenido. En relación
con el primero, realistas son aquellas presentaciones
artísticas precisas y claras de algún detalle observado en contraposición con,
por ejemplo,
la idealización o la caricatura del objeto representado.
En cuanto al contenido, los tipos de tema que tradicionalmente se consideran realistas son los que se corresponden con una realidad contemporánea cotidiana y corriente, que, en el período posterior
al Renacimiento, se asociaron a la burguesía, en oposición a los tópicos
tradicionalmente heroicos, románticos o legendarios. El realismo
moderno se dirigió
fundamentalmente contra las concepciones estéticas del romanticismo alemán que, como ya vimos, priorizaron la representación hiperbólica de las emociones y la subjetividad.
Por otra parte, como señala Erich Auerbach en su célebre trabajo
Mimesis de 1942, en su afán por imitar literariamente la vida, el realismo francés de principios del siglo XIX se desliga de la teoría antigua del nivel en la representación literaria. Según esta regla clásica
de la diferenciación de niveles,
la realidad
cotidiana y práctica
solo podía ser representada dentro del marco de géneros estilísticos bajos o
medianos, como los
géneros cómico-grotescos. A partir de Stendhal y Balzac, en cambio, una persona cualquiera tomada de la vida diaria, sin importar
su condición
social o su linaje, puede constituirse en objeto de representación seria e incluso trágica.
En este mismo sentido,
Jaques Rancière (2011) sostiene que de Balzac a Proust se produce un cambio de paradigma. La literatura pasará a regirse por dos principios antagónicos a los de la lógica representativa clásica:
·
la supresión de toda jerarquía de los temas y de los episodios;
·
una nueva relación entre la parte y el todo.
El desorden democrático de la vida cotidiana trae también aparejada una “democracia novelesca” que produce un exceso
de cosas y de palabras
a partir de un uso del detalle
que invierte
la jerarquía representativa entre narración y descripción, entre vidas poéticas
y prosaicas, entre totalidad de sentido y detalle “mudo” o “insignificante”, entre personaje
representativo y sujeto
cualquiera.
El ingreso a la literatura de las cosas triviales y la vida privada
supuso un verdadero trastrocamiento de las estrategias y operaciones representativas propias de la épica: con ellas no solo se pone fin a la correspondencia entre personajes, motivos y géneros sino que también se va diluyendo
paulatinamente la articulación entre el fragmento y la totalidad y la descripción comienza a cobrar
primacía sobre la narración.
El objeto de representación de la épica homérica era la totalidad
social y esta totalidad
era representada fundamentalmente a través de la acción de un personaje representativo o típico cuyas virtudes
y defectos se orientaban
a codificar el ethos de toda la comunidad. En la sociedad burguesa, la perspectiva de la totalidad
ya no es inmediata. La incesante
división del trabajo en el mundo capitalista,
el antagonismo de clases y la separación entre esfera pública y esfera privada fracturan de un modo sin precedentes el mundo de los hombres de modo que el héroe moderno para reflejar
la totalidad deberá poner en escena las contradicciones que desgarran
a la nueva sociedad.
De este modo, como bien advierte
Williams, simultáneamente al desarrollo de estos materiales domésticos y típicamente burgueses, florece un tipo de literatura “social” o “comprometida”, como se la denominaría posteriormente, que puso el acento en la miseria y la sordidez
de los centros
urbanos, el mundo fabril y las relaciones sociales de producción de la sociedad burguesa.
En el seno mismo del realismo
comienza así a gestarse una crítica
a la sociedad capitalista:
En el momento de aparición
de la descripción “realista” se producía
una nueva transformación, tanto en los contenidos como en las actitudes hacia ellos. En el marco de la preponderancia de la “realidad contemporánea cotidiana y corriente” podía distinguirse una tendencia
específica que prestaba
atención a lo desagradable, lo desvalido, lo sórdido.
De tal modo, el realismo apareció
en parte como una rebelión
contra la típica concepción burguesa del mundo; los realistas
hacían una selección adicional de los materiales corrientes que la mayoría de los artistas burgueses preferían ignorar. [...] “Realismo” pasó entonces
a los movimientos progresistas y revolucionarios (Williams, 2003, p. 262).
Por su parte, para la estética
marxista la tradición realista en la ficción
ha sido de suma importancia, en especial,
aquellas vertientes dentro del realismo que no renunciaron a la totalidad como perspectiva configuradora produciendo novelas en las que los personajes representaban un modo de vivir. El marxismo tradicionalmente concibió al arte como un reflejo de lo social o al menos como determinado socialmente. La realidad
es entendida desde esta perspectiva como una objetividad histórico-social preexistente a su representación artística. La estética marxista,
por lo tanto, es en cierto modo
continuadora del viejo
principio aristotélico de la imitatio naturae, solo que coloca la realidad social
en el lugar de la naturaleza.
Esta idea de que la obra literaria se halla determinada por el desarrollo de la producción material
induce, a su vez,
a abordar los textos literarios de un
modo específico: el juicio estético debe fundarse, siguiendo esta línea de razonamiento, en la puesta
en relación con el mundo social
e histórico que es el que proporciona la matriz de significaciones.
La evolución
del realismo de un realismo objetivo a un subjetivismo impresionista se vinculó desde el marxismo
con la crisis profunda de la experiencia que generó el sistema capitalista signada por la afirmación de la individualidad y la pérdida
de comunidades genuinas. La separación radical del individuo de la sociedad
se vio reflejada en la forma de la literatura occidental moderna, que acabó por priorizar el detalle
y perder de vista la perspectiva global. El naturalismo y el subjetivismo son, según este enfoque,
una expresión estética
(en términos marxistas, una manifestación superestructural) del modo de vida fragmentario y alienado
que propició
el capitalismo.
Los enfoques que tienden
a negar independencia a la forma artística, esto es, que tienden a pensarla como un
producto de una realidad preexistente (ya sea un contenido, una esencia, una sustancia o bien la naturaleza, la realidad o el factor económico) limitan su acción al reconocimiento de algo ya conocido,
desestimando el carácter formador de historia de la obra de arte. La literatura, reducida a una función
meramente reproductora, se sostiene
sobre la base de una teoría de la visión natural, cuestionada, como ya vimos, por la concepción del lenguaje desarrollada a lo largo del siglo XX. En palabras de Williams,
Cuando creíamos que no teníamos más que abrir los ojos para ver un mundo común, podíamos suponer que el realismo era un mero proceso
de inscripción, con respecto al cual cualquier desvío era voluntario. Hoy sabemos
que
creamos literalmente el mundo que
vemos (2003, p. 274).
Por el contrario, los enfoques
que se centran en la lógica interna
de la literatura, en sus propias leyes y en su poder de figuración logran captar el carácter
verdaderamente revolucionario del discurso
literario y del arte en general, que es el de incidir en la percepción del mundo de los hombres y, por lo tanto, contribuir a su transformación. Autorreferencialidad, esto es, el poder de la literatura de nombrarse y referirse
a sí misma, y performatividad, es decir, la capacidad de la palabra
de convertirse en acción y transformar el entorno, van, como vemos, de la mano.
FUENTE:Equipo Especialización (2016). Modulo Didáctica
de
la Teoría Literaria.
Clase 4. El mundo: el problema
de la referencialidad
y la mediación lingüística. Especialización en Enseñanza de Escritura y Literatura para la escuela
secundaria. Ministerio de Educación
y Deportes de la
Nación.